doctrinas, sino que las recibieron directas de labios de Aquel de quien se dijo: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” “Y ahora”—dice Él—“cuando me vaya, ¿dónde podrán encontrar al gran maestro infalible? ¿Les habré de constituir a un Papa en Roma, a quien acudirán, y quien será su oráculo infalible? ¿Les daré los concilios de la iglesia que tendrán por fin decidir todos los puntos intrincados?” Cristo no dijo tal cosa. “Yo soy el Paráclito o el Maestro infalible, y cuando me vaya,
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